Así crecen.
Enviado por: Chaile López Álvarez.
Embajador de Fraternidad en Cuba.
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Reflexiones y comentarios sobre algunas manifestaciones de la erótica adolescente que no pocas veces constituyen para los mayores una gran fuente de preocupación, nos referimos a la naturaleza de los juegos sexuales que se establecen entre chicos y chicas del mismo sexo, punto poco abordado sobre la sexualidad adolescente.
La Dra. Alicia González Fernández, directora de la Cátedra de Sexología y Educación Sexual de la Universidad Pedagógica “Enrique J. Varona”, refiere que no resulta extraño, incluso, según demuestran las investigaciones, es frecuente en todas partes del mundo, que en las etapas iniciales de la adolescencia, en que el erotismo, la libido de estos muchachos y muchachas no está aún orientada hacia un objeto definido hombre o mujer, encuentren una vía de expresión y satisfacción en los intercambios y jugueteos que casi siempre inocentemente se producen con estos amigos más íntimos de su mismo sexo.
A diferencia de lo que se suele considerar, estas prácticas ni son patológicas, ni expresan, en la mayoría de los casos, una tendencia homosexual. Son una forma más de ejercitar la función sexual, de orientar sus impulsos sexuales, aún no direccionados.
Como ha afirmado el conocido sexólogo español Félix López, el hecho de tener algún contacto homosexual en la adolescencia temprana o tardía, no significa necesariamente que la orientación del deseo sea o vaya a ser homosexual. Numerosos factores pueden favorecer este tipo de contactos sin presuponer dicha orientación sexual: falta de posibilidades de tener conductas heterosexuales, miedo a relacionarse con las personas del otro sexo, curiosidad por conocer el cuerpo del otro y otras tantas motivaciones.
Afirma la especialista que la práctica cotidiana demuestra que estas experiencias, si reciben una adecuada orientación psicopedagógica deben devenir, cuando llegue el momento propicio, en una relación heterosexual, y que de no ser así, es importante que comprendan que el homosexualismo siempre que se exprese de manera responsable, es una variante sana de expresión de los deseos sexuales.
En estas circunstancias, los y las adolescentes no deben ser culpados de nada, por el contrario, se les debe hacer conocer que esas conductas suelen ser transitorias y en la inmensa mayoría de los casos se traducen en un futuro, cuando encuentran la pareja idónea, en una relación mixta. Son las sanciones y los complejos de culpa que les inculcan los otros muchachos y los propios adultos los que los confunden y en ocasiones desvían sus tendencias sexuales reales.
Más adelante, la profesora de la Universidad Pedagógica esclarece que después de un período de juegos sexuales solitarios o de intercambios eróticos superficiales con sus amigos del mismo o el otro sexo, se comienza a consolidar la verdadera "necesidad o actitud de pareja", caracterizada por la búsqueda activa y vehemente de una persona con quien compartir los vínculos físicos y espirituales cada vez más complejos y profundos. Esto es propio de las edades finales de la adolescencia temprana y todo el transcurso de la tardía o juventud.
El proceso de desempeño y ejercicio de las funciones y capacidades de la respuesta sexual femenina y masculina, y el necesario acoplamiento que ella requiere para que tanto el hombre como la mujer logren alcanzar el clímax del placer físico y espiritual, tienen como preludio las prácticas que acabamos de explicar, pero para ambos llegar en un futuro a las cúspides del disfrute físico y la compenetración afectiva, requieren de una larga y progresiva fase de experimentación sexual que va de las formas más simples de intercambios eróticos a las más complejas.
La entrevistada, de larga trayectoria y experiencia en el campo de la educación sexual, hace énfasis en que el tránsito desde el autoerotismo, los enamoramientos platónicos hasta las uniones coitales debe ser un proceso paulatino, lento, gradual que puede ser comparado con el ascenso por una escalera, donde, el adolescente debe subir peldaño a peldaño, sin apresuramientos o saltos innecesarios, para arribar con seguridad y satisfacción a cada nuevo nivel, cada vez más pleno y mejor preparado, para que cuando alcance su destino, de la mano de su pareja, ambos puedan vivenciar todo el placer y la felicidad que una vida sexual madura y responsable les puede ofrecer.
Para que este nuevo vínculo enriquezca su sexualidad y nutra las restantes esferas de su vida, es necesario que aprendan a disfrutar de toda la hermosura y la dicha que les reporta la sexualidad compartida sin riesgos ni incertidumbres.
Cuando, por el contrario, y como le sucede a muchos chicos y chicas, su iniciación y desenvolvimiento sexual es prematuro y apresurado, al quemar etapas, ya sea por su preparación insuficiente u otros motivos como las presiones externas de la pareja y los amigos, o simplemente por curiosidad, esto suele traerles serias consecuencias en su desarrollo psicosexual que se traduce en los embarazos, la maternidad, los matrimonios precoces, los abortos, las disfunciones sexuales, entre otros frecuentes trastornos.
Al analizar otras aristas del asunto, expresa que las experiencias sexuales progresivas en la adolescencia son típicas, necesarias e inocuas en estas edades (cuando están bien orientadas), y tienen una función fundamental en el desarrollo y consolidación de los componentes psicológicos de la sexualidad: la identidad y el rol de géneros y la orientación sexoerótica y con ello el proceso de autoafirmación como seres sexuados.
El ejercicio del autoerotismo y de las formas iniciales de las relaciones de pareja, le permite al adolescente descubrir un caudal inagotable de potencialidades y posibilidades humanas ligadas a todos los aspectos de su sexualidad: no solo, ni principalmente, eróticos, sino también y en particular: espirituales, intelectuales, emocionales y sociales referidos a su personalidad y a los vínculos y relaciones con los otros y su mundo, procesos éstos que sientan las bases para la consolidación de su masculinidad o feminidad y el desarrollo de su autoestima.
Cuando el adolescente toma conciencia de los logros que en la vida sexual de pareja, familiar y social va alcanzando; cuando cada vez más se siente reconocido, respetado por sus padres y por los mayores y por sus coetáneos; cuando se sabe objeto de atracción física y de afectos y disfruta de los intercambios sexoeróticos; cuando descubre que puede, si se lo propone, penetrar en el mundo de los adultos y moverse cada vez con mayor soltura y seguridad entre ellos, entonces, como consecuencia de todo ello, se producirá un proceso de autoafirmación, que favorece y refuerza su autoestima.
No cabe dudas —refiere la directora de la Cátedra de Sexología y Educación Sexual— que el proceso de desarrollo y afirmación sexual en la adolescencia, a su vez se traducirá directamente en la estabilización de su identidad genérica, de su autovaloración y autoconfianza como ser masculino o femenino, lo que le permitirá consolidar de manera más permanente sus formas particulares de expresarse como hombre o mujer (roles de género) y el sentido de sus impulsos sexuales hacia un sexo u otro (orientación sexoerótica).
La reafirmación y estabilización de estos componentes psicológicos de la sexualidad, como resultado del sistema de trasformaciones trascendentales psicosexuales y generales que se efectúan en estas edades, convierten a la adolescencia en un período sensitivo de la esfera psicosexual de la personalidad.
Quiere esto decir —aclara— que, de la forma en que transcurran las adquisiciones y cambios inherentes a la etapa dependerá, en gran medida, que en las edades sucesivas y en el resto de su existencia, el individuo, logre alcanzar la integridad en la calidad de sus expresiones y formas de realización como ser sexuado, como hombre o mujer pleno, en la vida personal, de pareja, familiar y social.
Esa frase, a veces formal, que repetimos los adultos sin atribuirle mucho sentido, sobre la adolescencia como el "tránsito de la infancia a la adultez", encierra una verdad incuestionable y contiene también una cantidad tan grande y profunda de transformaciones cualitativas y cuantitativas en cada una de las esferas de su vida, en especial en la sexual, que no solemos comprender y mucho menos apoyar y propiciar.
Lamentablemente, con frecuencia sucede lo contrario —enfatiza la Dra. Alicia González: Todo aquello que es natural y necesario en estas edades resulta sancionado, reprimido por muchos padres y educadores. La tendencia sexofóbica, mitificadora y tabúizante que tradicionalmente ha movido las normas morales educativas del género humano suelen exacerbarse en los métodos de control y represión de la sexualidad de los adolescentes, a fin de "preservarlos" de los daños que pueden acarrearles los intercambios sexuales.
Sus ansias naturales de independencia y libertad, su necesidad y su derecho de acceder paulatinamente a una sexualidad plena, libre y responsable encuentra, en un buen porcentaje de casos, la oposición de los modelos sexuales estereotipados, esquemáticos sin alternativas que les imponen todas las fuerzas sociales.
Estos modelos rígidos, polarizantes y discriminativos, se convierten en una camisa de fuerza que encarcela y reprime sus tendencias y aspiraciones personales más ricas y valiosas y los tornan en esclavos de normativas sin sentido para ellos, y como tal, desencadenantes de los más diversos trastornos y problemas sexuales y sociales no siempre factibles de superar.
En esas condiciones, la adolescencia se convierte en una etapa de crisis y riesgo, con muchas posibilidades de ser vulnerable a los "peligros" de la vida sexual. En tales circunstancias —puntualiza— el adolescente se enfrenta a un mundo de nuevas y más complejas necesidades, retos y obstáculos sin que desde las etapas tempranas y en especial a lo largo de estas edades se les haya preparado, al armarlos de las capacidades, los saberes, las habilidades, en fin, las competencias que le posibiliten integrarse de forma exitosa y satisfactoria, al universo de los adultos.
Para concluir nuestra consejera manifiesta que este es, precisamente, nuestro desafío como educadores y como padres y madres, convertirnos en su guía espiritual, en la fuente donde podrán, siempre que lo necesiten, beber de nuestras experiencias, sin que se les obligue a dejar de ser lo que potencialmente son, para reproducir mecánicamente nuestros modelos, no siempre acordes a sus tendencias y aspiraciones personales y a la época que les ha tocado vivir.